lunes, 8 de mayo de 2017

Lunes

Me asfixio
Me asfixio lentamente...
Siento que voy a morir si me muevo demasiado en esa dirección

No puedo
Mi respiración se acelera, mis hombros se tensan al grado de quedar elevados y dolerme
Las palmas de la manos y las manos de los pies están helados por el sudor que producen
Mis piernas se contraen a ratos y siento como se me erizan los vellos de la piel

No, por favor, no...
Voy a morir
No quiero morir

Quiero salir corriendo hasta que no pueda más, hasta que me caiga al piso y no me pueda levantar. Quiero correr hasta perder el conocimiento
Quiero escapar

Por favor, alguien déjeme escapar

Insomne

Los rayos del sol comenzaban a aparecer, desplazando lentamente a la noche. Una vez más Camille había permanecido en vela.

-¿Cuántas noches más...? ¿Cuántas...?- dijo mientras se acunaba la cara entre las manos.

Hacía dos meses que no lograba dormir, no supo cómo sucedió pero un día simplemente ya no lo pudo conseguir. Pasaba las noches recostada a oscuras en su habitación intentando conciliar el sueño en vano. Fue a donde el médico y este le dijo que su insomnio se debía al estrés ¿Y cómo no? A veces tenía arranques repentinos donde comenzaba a hiperventilar y continuamente sentía arcadas en el transcurso del día.

Para tratar de conservar un poco su equilibrio mental tomaba pastillas relajantes que le ayudaran a remediar un poco su estrés y a disminuir su perpetua jaqueca. Había ocasiones en que, desesperada por la vigilia, ingería más pastillas de las que debía a la vez, sin embargo esto nunca le consiguió la tan deseada anestesia, únicamente unos cuantos bostezos. Parecía que su cuerpo simplemente había perdido la capacidad para concebir el sueño.

Así pasaba los días Camille, se levantaba al alba, desayunaba y salía a caminar. Posteriormente regresaba a ducharse y prepararse para trabajar en aquel irritante lugar. Le costaba horrores prepararse sabiendo a donde se dirigía, solía llegar justo a tiempo, si estaba ahí un minuto antes se quedaba fuera a esperar que este pasara, no pensaba regalarles ni un instante de su tiempo.  Los lunes en especial eran los peores.

Al terminar la jornada, Camille abatida se desviaba a algún supermercado para despejar la mente. A veces no compraba nada, sólo deambulaba por los pasillos con los brazos colgándole como sin vida a los costados mientras observaba la mercancía tal si se tratase de un museo de objetos raros.

Una vez que llegaba a casa se dedicaba a ver la televisión mientras cenaba y a veces se ocupaba en algún hobby por un rato. Cuando llegaba la hora de dormir cumplía de manera disciplinada su ritual: ponía música relajante, se cambiaba de ropa, se lavaba la cara y los dientes, se recostaba y leía un rato mientras se bebía un té caliente. Finalmente apagaba la lámpara y se dedicaba a respirar de manera que se pudiera relajar. Después de esto lo único que ocurría era Camille en medio de la penumbra viendo como la luna se iba desplazando por el cielo nocturno hasta la mañana siguiente. No había descanso, sólo desesperación y a veces unas cuantas lágrimas. Estar despierta tenía más efectos en su cabeza que en sus habilidades motoras. El cansancio le provocaba una depresión severa que a veces la llevaba a fantasear la noche entera con escenarios trágicos donde ella nunca más podía descansar ni ser feliz, además de esto tenía episodios de paranoia en donde tenía que correr a esconderse bajo las mantas para sentirse a salvo de quien quiera que estuviera tratando de lastimarla.

Entonces, un mal día ¿O sería un buen día? Camille logró incautarse unos cuantos somníferos. Esa misma noche se tomó media píldora al llegar a casa y, por primera vez en semanas, se echó una siesta sobre el sofá. Despertó un par de horas después tan feliz y tan fresca que pensó que había encontrado la respuesta a sus problemas.

Al día siguiente se le veía radiante de felicidad, llegó al trabajo llena de energía y entusiasmo, no se imaginaba el día que la esperaba. Odiaba su trabajo desde hacía tiempo, ir a ese lugar la hacía muy infeliz pero la paga era buena y realmente necesitaba el dinero. No hace falta describir el cataclismo ocurrido en la jornada, basta con decir que ella y su única amiga en ese lugar acabaron siendo despedidas por culpa nada más y nada menos que de Camille. Aunque su amiga le aseguró que no estaba molesta con ella, el cansancio acumulado de Camille no le permitió creerle por completo.

Esa noche la jaqueca había aumentado a un nivel descomunal, evitándole a Camille poder pensar siquiera en relajarse. Caminaba por la casa desesperada como una poseída mientras la noche arrasaba con todo a su paso. El reloj sonaba en la pared, lastimando los oídos de Camille con cada tic-tac, los autos en la avenida no eran mucho mejor, a lo lejos se escucharon las sirenas de una ambulancia. Mientras se preguntaba si habría ocurrido un incidente grave recordó los somníferos que guardaba en su mesita de noche. Entonces abrió el cajón y los sacó sonriendo. Apretaba las pequeñas píldoras blancas entre los dedos como si se tratara de la panacea universal y repetía por lo bajo -Gracias... Gracias...-.

Camille se encontraba tan desesperada que sin pensarlo se engulló todas las pastillas juntas. Después de esto se metió a la cama y abrazó su almohada mientras pensaba que finalmente tendría una noche completa de sueño. Un momento después comenzó a sentir como si su cuerpo comenzara a flotar, había olvidado esa maravillosa sensación de abandono al ir conciliando el sueño. Bostezó una vez y finalmente se durmió.

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A la mañana siguiente la hermana de Camille llegó de visita. Al principio se alegró al entrar a la casa y verla dormida tan plácidamente con una sonrisa en el rostro. No obstante, no tardó en horrorizarse al darse cuenta que no respiraba. Camille finalmente había logrado dormir como tanto quería, sin embargo, esta vez ya nunca jamás despertaría.