miércoles, 9 de octubre de 2013

La espera

Se abrió la puerta y sonó la pequeña campana del local que anunciaba la entrada de otro cliente. Eran las 3:24pm. Había llegado poco más de media hora antes. Llegó temprano porque la ansiedad no le permitió quedarse en casa luego de estar lista. No estaba muy segura de qué estaba haciendo, sólo sabía que ya estaba haciéndolo.

Avanzó con pasos cortitos hacia una mesa al fondo del local. Se mordía los labios y jugaba nerviosamente con la bufanda. Se sentó en la mesa y fingió leer el menú. Realmente no importaba qué vendieran, sólo quería un café mientras esperaba... Sí, mientras esperaba. Ya había llegado ahí y no se iba a acobardar a esas alturas.

Pidió su café y sacó una libreta donde comenzó a hacer garabatos para no pensar. De vez en cuando se llevaba los dedos a la boca y se mordía las uñas, aunque permanecía concentrada en la hoja blanca.

Realmente no estaba haciendo nada malo ni estaba lastimando a nadie, entonces ¿Por qué estaba preocupada? Bueno, es que esto era algo nuevo para ella. Ella que era tan cerrada, ella que sólo lo había amado a él y después se había sentido tan rota y triste que pensó que permanecería sola de por vida. Y no es que ya no lo sintiera, lo que sucedía es que después de aquello la soledad se volvió más insoportable. Amarlo había sido de esas cosas que, una vez las experimentas, ya no puedes simplemente volver a tu vida normal como si nunca hubieses tenido una probadita de aquella felicidad. De alguna manera, aunque sabía que no quería amar a nadie y pensaba que tampoco la amarían, pues nunca nadie más la había querido, necesitaba consuelo. Necesitaba sentirse protegida y preciada. Necesitaba que alguien la abrazara y, aunque fuera mentira, le ayudara a no sentirse tan abandonada en esta vida.

Por un momento comenzó a dudar, comenzó a preguntarse si estaría mal irse. De cualquier manera, realmente no se conocían, si él la viera en la calle nunca sabría que ella fue quien le plantó.

Tomó su bolso y su bufanda pero cuando se iba a levantar, la campanilla de la puerta sonó. Con una mezcla de emoción y miedo miró hacia la entrada para ver si quien había llegado era su esperado acompañante, pero no lo era. Quienes entraron eran una pareja: un chico y una chica aproximadamente de su edad. Miró como se sentaban cerca de la ventana, a la luz del sol. No como ella, sentada sola en el fondo oscuro del local, como ocultándose. Vio cómo sonreían y jugaban, como se veían felices y de pronto se sintió más triste. Entonces bajó la cabeza y se volvió a acomodar en su lugar.

Permaneció un rato mirando los cuadros en la pared y dando sorbitos a su café, volteando de vez en cuando a ver las formas que tomaba la espuma al mover la taza. Cansada de esperar, se resbaló un poco en la silla, estirando las piernas por debajo de la mesa y se preguntó qué hacía ahí. ¿Qué tan patético era estar esperando a un desconocido con el que había hablado apenas algunas veces sin siquiera haberlo visto en persona? Pero ¿No hacía lo mismo toda la gente? ¿No había sido ella la rara por pensar toda la vida que eso tenía que ser algo serio? Después de todo, eso hacían sus amigas, simplemente conocían a un chico que les agradara y salían con él. Después terminaban siendo pareja ¿Por qué estaría mal que ella hiciera lo mismo? Quizá lo que ella necesitaba era una relación que no fuese seria para poder aprender a tener algo más normal. Quizá no había sido bueno querer tanto a una persona que tardó tanto tiempo en llegar a su vida. Quizá no debió depositar tantos sueños y esperanzas en un simple humano. Quizá era su culpa que le hubiera dolido tanto. Tal vez si no hubiese pensado que al fin tendría su cuento de hadas, no se habría muerto en vida al pensar que había perdido a su compañero. Tal vez no había sido bueno dar tanto y dejarlo instalarse tan adentro de ella.

Sí, necesitaba esto. Lo necesitaba aunque fuera sólo una mentira. Lo necesitaba y lo merecía al igual que todos. Merecía un consuelo aunque fuera falso, y aquel hombre iba a dárselo, y ella se esforzaría por darle a él también compañía y consuelo.

Miró su reloj y vio que era la hora pactada. De tanto pensar no se había percatado del paso del tiempo. Aún le quedaba un trago de café al final de la taza ya fría. Entonces, mientras se preguntaba si él vendría o no, la puerta volvió a abrirse.

Cruzó el umbral un joven de aspecto tranquilo, cabello oscuro hasta la oreja y ojos grandes. Caminaba despacio pero dando pasos grandes con sus zapatos color negro. De sus hombros colgaba una larga bufanda azul. Era la señal ¿Sería él...? Era demasiado bueno para ser verdad, a ella esas cosas nunca le pasaban... Seguro que la plantaría.

Mientras él recorría el local, sus miradas se cruzaron y ella se sonrojó. Él en cambio, le sonrió y caminó hasta su mesa. Luego tomó la otra silla y se sentó. Ella le sonreía sin poder despegar los ojos de la mesa, y las manos de la taza que llevaba en el borde un beso del color de su pintalabios.

-Hola- dijo él con una voz suave.

Entonces, de alguna manera, simplemente supo que ese día comenzaría un nuevo capítulo en su vida.

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