lunes, 9 de julio de 2012

Ellos

Caminaba por la calle cuando le vió frente a ella. Venía en dirección opuesta.
Bajó la mirada, intentando pasar desapercibida, pero al estar a unos metros, él la vió y la reconoció.
La llamó por su nombre, pero ella dobló en la esquina. Él, como era de esperarse, fue tras ella, pero ella aceleró el paso.
Finalmente logró alcanzarla. Al pararse frente a ella y tomarla por él hombro, ella volteó la mirada hacia un lado de él.

     -Hey, ¿Cómo estás?-dijo mientras le sonreía-... Te extrañé...-añadió
Ella no contestó y le apartó el brazo. Intentó caminar, pero él se atravesó.
     -¿Qué pasa?- preguntó
Ella, frunciendo el entrecejo, lo miró como diciendo: Tú sabes qué
     -Te estoy hablando, contéstame-dijo él
Al fin ella dijo algo:
     -¿Cómo que qué pasa? Me has ignorado todo este tiempo y ahora llegas como si nada, como si fuéramos amigos
     -Pues... Creí que éramos amigos...
     -¡Por  supuesto que no!-dijo ella-los amigos se frecuentan, se preocupan el uno por el otro, ¡y aquí la única que ha hecho algo parecido soy yo!
     -Yo me preocupo por ti... Y si no te he hablado es porque he estado muy ocupado...-dijo mientras bajaba la cabeza
     -¿Muy ocupado? ¿Taaaan ocupado que en meses no has podido mandar un mísero mensaje y tampoco me has contestado?
     -Lo siento... Intentaré escribir más...
     -No... No quiero que escribas ya. Es demasiado tarde... Estoy cansada de estar esperando... De esperar las sobras del tiempo que le das a los demás y que ni eso me des-se le empezó a quebrar la voz-... De sentirme basura... De rogarte... Que... Sigamos en contacto... Cuando... Cuando...-empezó a llorar-cuando tú obviamente no lo quieres... Me cansé de sentir que te obligo a que me hables, me cansé de quedarme despierta esperando porque dijiste que escribirías y que nunca suene el teléfono... Estoy harta de todo; de tus promesas, de tus disculpas, de ti, de mi, de ser tan estúpida para volver a creerte cada vez...-se cubrió el rostro con las manos y las rodillas se le doblaron un poco, aquello en verdad le dolía
     -Hermosa... Escúchame, lo lamento... De verdad... Odio que llores, pero odio más que llores por mi... De verdad te he extrañado... Me haces mucha falta... Te quiero... Te quiero mucho...
Ella dió un paso hacia atrás y apretó los dedos
     -No...-dijo bajito y despacio
     -¿Qué? No te escuché
Bajó las manos de la cara y las puso como si quisiera ver sus palmas, luego comenzó a mover la cabeza a los lados en señal de negación
     -No digas que me quieres... No es verdad... No te importo, te daría igual si ahora mismo muriera y no me volvieras a ver... No digas que me quieres, porque esa ha sido la patraña más grande que ha salido de tu mentirosa boca-levantó la cabeza y lo miró con los ojos llenos de desesperación
     -... No es mentira... Sé que no hemos hablado en mucho tiempo, pero no es mentira... Aunque no me creas, te quiero-intentó abrazarla, pero ella se quitó violentamente
     -¡No me toques!
     -Mi niña, por favor... No te pongas así...-los ojos comenzaron a llenársele de lágrimas
     -¡Yo no soy "tu" niña! ¡Tú y yo no somos nada! ¡NADA!-Y retrocedió hasta que un pie se le hundió en un charco y el agua salpicada le mojó el pantalón.
Él se acercó despacio a ella, con un gesto triste.
     -Ya sé ¡Yo también me odio! Siempre arruino todo... Siempre te lastimo...-bajó la cara, se le había oscurecido la mirada, comenzó a jalarse la camiseta con las manos.
Ella lo miró ahí parado, desesperando, queriendo llorar, pero esta vez no le creyó.
     -... ¿Te puedo dar un abrazo?-preguntó él
Ella no contestó.

Él se acercó con pasos cortos, dudando. Al llegar frente a ella, la abrazó fuerte, muy fuerte.
Ella comenzó a llorar abiertamente, él hundió su cabeza en el cabello de ella, apretó los dientes y frunció las cejas. Unos sollozos graves comenzaron a escucharse acompañando a los de ella.
Ella levantó los brazos como si también lo fuera a abrazar, pero tras mantenerlos en el aire por unos segundos, los dejó caer. Sabía que si lo abrazaba se perdería en aquel acto, sabía que si seguía respirando su aroma nunca podría curarse esa adicción. Sabía que mientras siguiera con esto, cada vez volverían a pasar por todo aquello... Ella había decidido que fuera la última vez, y si quería cumplirlo, no podía permitirle a su corazón ser seducido nuevamente por él.
Levantó las manos y le apretó la chaqueta por la espalda.

     -Suéltame...-dijo en un susurro-... Déjame ir...-levantó la voz sólo lo suficiente para que él la escuchara. Pero él no la soltó.
     -Es en serio, suéltame-lo dijo fuerte y con un tono decidido.
     -... No
     -¡¿Qué?! No es una pregunta-comenzaba a desesperarse-¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡SUÉLTAME! ¡No tienes ningún derecho!-intentaba zafarse con todas sus fuerzas-¡No me toques! ¡No quiero! ¡Déjame ir!

Cerró los puños y comenzó a golpearlo en el pecho con el dorso de la mano. Él sólo cerraba los ojos y contraía el rostro con cada golpe, pero su agarre no se debilitaba. Ella comenzó a llorar desesperada, con la mirada hacia la nada, las cejas levantadas y las manos moviéndose lenta y torpemente, carentes de fuerza. Finalmente se apoyó en su pecho y lo abrazó con la misma intensidad que él lo hacía. Comenzó a llorar con más fuerza. Él abrió los ojos, sorprendido de sentir de nuevo aquellos brazos aceptándolo como antes, como si no quisieran que nunca más se volviera a ir. Sintió una calidez dentro de sí que le tibió el pecho pero le hizo un nudo en la garganta. De pronto explotó una maraña de sentimientos sin definir y él también comenzó a llorar abiertamente.

Estaban los dos parados en la calle, abrazados con una fuerza como no se suele ver, un abrazo que duele, pero que tiene que ser así porque aquellas personas se encuentran demasido alejadas entre sí y un abrazo normal no sería suficiente.

Cuentan que el sonido de la ciudad se apagó y lo único que se escuchaba eran los gritos y el llanto de aquellos dos, que a pesar de tener los brazos entumidos, no se soltaban.
Cuando se fueron quedando sin aire, su abrazo se aflojó un poco y ambos comenzaron a llorar cada vez más bajito, hasta hacerlo en silencio. De pronto se escuchaba algún que otro suspiro, pero era todo.
De pronto ella rompió el silencio:

     -¿Por qué me haces esto...?
     -... ¿Qué...?-respondió él
     -Hacer que te quiera, que quiera creerte y darte otra oportunidad... Que te justifique y piense que no debí haberte hecho sentir mal...
Él le besó la frente, pero no dijo nada.
     -Sal de mi corazón... Sólo logras hacerme llorar con tus promesas...
     -Sabes que no es mi intención... Esta vez de verdad te prometo que lo intentaré-le llenó las mejillas de besos. Ella se limitó a bajar la mirada.
     -... Sé que lo dices teniendo intención de hacerlo porque lo veo en tus ojos...-él le sonrió dulcemente-... Pero en este tiempo he visto en tu corazón y sé que no lo cumplirás. Para ti no hay tiempo que merezca ser gastado en mí. No hay palabras, no hay nada. No cumplirás, no importa sobre qué jures, eres incapaz de cumplir esta promesa. Lo he visto ya y sabes que tú también...
     -...
     -Todo esto sólo termina haciéndome llorar... La esperanza me mata...-hizo una pausa-... Tú me matas...

Él la apretó suavemente contra su pecho, hundió el rostro en su cabello y depositó un beso en él. Permaneció inmóvil un momento. Luego la soltó y la miró a los ojos llenos de lágrimas y comprendió al fin que ella tenía razón: él no cumpliría tampoco esta vez aquella promesa desgastada de tanto jurarla.
La miró con ternura y le acomodó el cabello detrás de la oreja. Los ojos de ella comenzaron a llorar y se mordió el labio inferior. Estaba temblando porque tenía miedo al ver en sus ojos que era un adiós definitivo.
  
 -No llores-le dijo él y le limpió el rostro, pero antes de terminar la otra mejilla, la primera se había vuelto a empapar.

Tomó su mano derecha y la levantó a la altura del rostro, se inclinó y posó delicadamente sus labios sobre ella.
Le recorrió el rostro con la mirada y al terminar, sus ojos se nublaron y unas lágrimas amenazaron con salir.

     -... Te quiero, mi niña... Te quiero mucho, por eso hago esto...
     -Yo también te quiero...-dijo ella.

Entonces él se dio media vuelta y comenzó a caminar rápidamente.

Ella lo obsevó alejarse, sin poderse mover hasta que finalmente su silueta se perdió al doblar en una esquina. Las piernas se le doblaron y cayó al suelo. Hundió su cabeza en sus manos y lloró mientras gritaba. De pronto se levantó y comenzó a dar pasos torpes en dirección a él, pero antes de llegar al punto donde lo había visto desaparecer, recapacitó y se aferró a un poste. Lentamente se deslizó hacia el piso y apoyó su rostro mojado en la figura de cemento que abrazaba.

Ahí se quedó llorando por aquella relación autodestructiva por la que tanto había peleado. Aquella que le dio a conocer el dolor más grande de su vida, pero que también la había hecho tan feliz como nunca lo habría podido imaginar.

Algunas veces se llegaron a ver en la calle pero no cruzaron palabra. Únicamente se miraban para después alejarse.

Habían decidido convertirse en extraños y, aunque les doliera en el alma, ese juramento jamás pronunciado lo respetarían por el resto de sus vidas.

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